Me gusta el fútbol

Soy capaz de llegar tarde a una cita por demorarme delante del escaparate de una tienda de electrodomésticos cuyos televisores estén dando los goles de la última jornada lituana. Detesto hacer confesiones que me hagan quedar como un romántico de los de senderos de pétalos al lecho, pero, en la concepción de nuestro primer hijo, mi mujer tuvo que adaptarse al horario de un Croacia-Turquía. Digo estas cosas para presentar pruebas de lo mucho que me gusta el fútbol, de que la mía es una devoción que debería resistirlo todo. Pero, créanme, preferiría hasta un coito antes que volver a ver al Real Madrid de la primera parte en Riazor.

Sin tensión competitiva, y en la Liga no va a encontrarla ya, este Madrí es insufrible. Es una cuerda de presos conducida a las galeras de la tercera posición. De aquí a junio, si también acaban Copa y Champions, me va a quedar fijado en esa camiseta un reflejo pavloviano relacionado con el aburrimiento, la frustración y la derrota que, si acaso, sólo me servirá para sentirme más cercano a los amigos del Atleti. Por si fuera poco, en Riazor arrancó un equipo poco jerárquico en el que Modric siguió insinuando que, si tiene cara de Crispín, es porque sólo alcanza para buen personaje secundario, de acompañamiento, como Haddock, como Obélix, como Pedrín. Su protagonismo en el medio campo no funciona ni es creíble, como diría Garci, falta «fisicidad». Cuando le encomiendan el peso del equipo, Modric es un spin-off que desaparece de la programación la segunda semana. Su ejemplo, con el que tampoco hay que encarnizarse, pues no llega a ser un bluf de los de terminar humillándose en anuncios de furgonetas como Prosinecki, recuerda cuántas osamentas dejan en el desierto clubes tan exigentes como el Real Madrid. En ese sentido, la enésima reaparición de Kaká, más allá de la continuidad que tenga esta vez, al menos demuestra, y creo que por eso es un jugador tan querido aun en la decepción, que él lleva cuatro años luchando sin desistir por honrar su propio nombre y la expectativa con la que vino. El sábado, en los goles, dejó dos fogonazos de cuando el Milan que fueron como dos punteos inesperados de Brian Jones cuando los Stones ya tramaban desenchufarle la guitarra en las grabaciones sin que se enterara. Que Kaká volviera a ser Kaká, lleno de clase y con esa rosquita característica, precisamente esta semana. Esas son las cosas que se le piden a un genio de los tres deseos después de frotar la lámpara. Bueno, eso, y la paz mundial, que todos llevamos una miss dentro.

Volvamos a la primera parte de Riazor. Ya no es habitual ver al Real Madrid no sometido al magnetismo de Cristiano Ronaldo. Sin él, aparte de que decaen el ritmo y la voracidad, el equipo parece disperso, sin saber dónde ir, como los parroquianos de Balmoral cuando cerraron el bar. A esa impresión errática, en la que nadie dice «el pelotón a mí que los arrollo», hay que añadir una confusión jerárquica. De repente, aparece tirando faltas gente muy rara, que no sabes cómo ha llegado ahí. Por eso, la salida al campo de Cristiano, junto a Özil y Khedira, fue como un sí a la pregunta de si hay alguien a bordo que sepa pilotar un avión.

Los jugadores del Dépor, al ver en la banda a esos tres que encima iban a salir frescos, debieron de sentirse como en una escena de Superman que inspiró a mi padre un consejo existencial. Ocurre cuando Superman ha renunciado a sus superpoderes, no porque tenga que reservarse para el Barcelona y el United, sino por amor a Lois Lane. Convertido en un hombre cualquiera, acude a un dinner, donde un chulo de los de gorra de taller mecánico le propina una paliza y lo deja estampado en la máquina del pinball. Cuando Superman, consciente de nuevo de que tiene una misión que, como a los caballeros artúricos, lo obliga al voto de soledad, recupera sus superpoderes, lo primero que hace es regresar al dinner para vengarse de quien lo zurró. Yo festejé la escena, como anteayer la salida al campo de Cristiano, con la que se restauraban los superpoderes del Madrí. Pero a mi padre jamás le gustó: «Qué vergüenza. No pudo con él de hombre a hombre, y abusa como marciano».

Subo a la cofa, oteo el mar, y veo las velas del Barcelona y del Manchester United. Todo o nada. Gloria o aburrimiento. Comuníquesele a mi mujer que, en los próximos diez días, no podré programar la concepción de ningún otro niño. Vuelve el fútbol que me gusta.